Descripción
Los humanos somos frágiles porque en nuestro código genético no tenemos las respuestas para resolver el misterio de la vida y del tiempo: el secreto de la medida del mundo y de cómo construir nuestras maneras de vivir. Nacemos humanos, pero nos hacemos personas con una educación en la que aprendemos a saber quiénes deseamos ser según nos vinculamos con las demás, según usamos uno u otro estilo de comunicación: el epistemológico del estilo Platón o el narrativo del estilo Protágoras. En Filosofía y fragilidad (el primero de una trilogía de ensayos junto a La imaginación filosófica y La imaginación docente) viajamos por otros juegos de lo posible con los que ir cultivando el deseo continuo de cuidarnos como personas entre personas. Ensayamos cómo podemos interpretar narrativamente la filosofía, cuestionando cuándo, cómo y para qué surgen y se entrenan los juegos epistemológicos del lenguaje del estilo Platón y su tradición epistemológica que, con la metáfora de la Verdad absoluta y su promesa mitológica de una autoridad no humana, nos cuenta el gran engaño de la naturaleza (de Los Mercados) con sus tres trampas: la metafísica, la moral y la política. Merodeando por el síndrome del prisionero, el valor de la resistencia y la zamba de la conciencia, la actitud filosófica del estilo Protágoras es como la del bufón en el reino de los sacerdotes de la Verdad: su ligereza al caminar dando saltos y pirivueltas desafía el paso solemne del espíritu de seriedad de los epistemólogos, y su habilidad para cuestionar las narraciones preconcebidas, les desespera, porque erosiona la legitimación de su poder sobre las demás personas y abre la posibilidad de concebir que el mundo y las relaciones humanas bien pudieran llegar a ser de otra manera. Y así, de lo que nos advierte la actividad filosófica es del extrañamiento del mundo de los animales cuidadores de las palabras.